por Esteban Prado*
El amor es una cachiporra de policía y otros poemas de Camilo Sce, edición de Milena Caserola, Buenos Aires, Argentina, 2014, 89 pp.
Camilo Sce (Buenos Aires, 1985) escribe bien mal y tiene el don de mezclarlo todo. Su libro se sostiene en la paranoia, en el humor, en la búsqueda por descolocar y en cierto tono confesional que nos pone de frente a Sce. El amor es una cachiporra de policía… comienza con un epígrafe de Robert Creeley:
"Así es que, todos estos años, la gente ha gritado que no estábamos escribiendo verdadera poesía, y resulta que nadie, ni uno solo de todo ese montón sabía, para empezar, lo que era la poesía. ¡No me extraña que hayan insistido en esas formas! No sabrían que alguien es una mujer si no tuviera puesto un vestido"
La primera parte del libro es el hit de Camilo Sce; ese hit, al igual que el libro, se llama “El amor es una cachiporra de policía”. Es un conjunto de poemas que giran en torno a una consigna para el lector: “Imaginate lo peor”. Luego de la orden, en continuado aparece una sentencia:
imaginate lo peor:
tu mejor amigo
es un rati de civil
Entre el humor y la paranoia, se despliega el primer movimiento del libro. Desde un primer instante va articulando sentencias y evidencias, con la paranoia y la gracia de un “fummeta” no tarda en afirmar:sí, siempre lo fue
¿no te acordás que se puso a llorar
cuando cerraron el último Dunkin
Donuts?
Cada tanto, en esta primera parte, apela de nuevo a su lector.
¿era eso es lo peor
que te podías imaginar?
tu mejor amigo
es un rati civil
En seguida, la red de asociados con el “rati de civil” se expande y, como todas las teorías conspiranoicas, goza del don de lo irrefutable, de modo que todos –amigos, amigas, hermanos, novias- han sido cómplices y hasta tiene un archivo completo de datos audiovisuales y una grabación “de tus imitaciones de un chimpancé”.
La segunda parte del libro abre con una página negra con un blanco “No se ría”. Luego del tono de “El amor es una cachiporra de policía” no puede leerse más que como una orden paradójica, que señala algo que no se puede cumplir. Sin embargo, ni bien comienza esta segunda parte nos coloca en la atmósfera de una antología nunca armada pero siempre imaginada que compilara todas las ruinas de Disneylandia. Dicha antología puede abrir con un texto de Ruy Rodríguez, “Inventario sobre la marihuana y ella” (1966), en el que decía:
y gira nara que ya canta la marcha del miércoles de ceniza, todo gira como las letanías de los pescadores en el puerto con susurros de demencia (parapetados en las ardientes muertes de las prostitutas) y vuelve el deseo explotando antiguo en nuestras pieles distintas para finalmente terminar en este insomnio acorralado contra la maleta y su etiqueta que dice buenos aires, mientras canta nara, ary ha muerto, se terminó la droga y ya no sé si me importas. (citado por Rafael Cippolini en Contagiosa Paranoia)
En el centro la antología tiene el homónimo “Las ruinas de Disneylandia” (1998) de Marcelo Díaz, ese poema imposible del retrato de los amigos:
El Tato afanaba fasos
en el kiosco de la esquina,
meaba desde el techo a la vereda
y un día se hizo cura.
El Chile se choreó un Mercedes
para ganarse una minita;
fue a parar a Batán
y en un tumulto turbio
lo limpiaron.
Miguel está pelado, pero es buen tipo.
Norma, Laura y Marcela
son maestras, y todas
tienen más de un hijo.
El Cabezón embarazó a la novia y se cagó la vida.
El Topo se volvió abogado y si te ve, no te saluda.
Yo un día regalé
todos mis cassettes de Kiss,
y ahora los extraño.
El poema de Díaz sigue con la reconstrucción del presente de los antiguso amigos y luego cierra:
Yo en la misma que supiste:
un tipo cuidadoso
de no joder
el sueño de nadie.
Kwai Chang Caine caminando
sobre papel de arroz.
La antología de las Ruinas de Disneylandia, siempre creciendo, en algún lugar con un subtítulo del tipo “las ruinas pos 2010”, incluye alguno de los poemas de Camilo Sce. Probablemente: “conocí a un sinnúmero de chicos en mi adolescencia” que en su interior guarda esto
conocí a un chico que amaba a su padre y lo admiraba
y su padre era cazador de presa mayor y tenía en su
casa
la mitad de su caza,
las manijas de las puertas eran patas de gacelas,
las pezuñas rugosas, el pelo muerto,
O tal vez el poema espeluznante sobre la comida, en el que se recuerda una anécdota del padre en la que se come siete platos de ravioles con estofado:
¿por qué mi abuela habría preparado
suficientes ravioles para siete platos?
¿era su fe en mi viejo,
en su barriga insondable?
de algo hay que estar orgulloso,
pensé mucho tiempo más tarde,
ahora que ya no le puedo preguntar
nada a mi abuela.
¿cocinaría para mi abuelo muerto?
¿y entonces mi viejo
llevaría el recuerdo de su padre
bien adentro de la panza?
En el movimiento siguiente, “Los alambrados (postapocalipsis suburbano)”, Camilo Sce no cae en el lugar común de los zombies, pero recurre a él y trabaja desde una perspectiva rara:
fue triste cuando murieron
los primeros de muerte natural
el fin del mundo nos había acostumbrado
a algo mucho más cruel
al principio, se hicieron funerales
y todos se bañaban en lágrimas saladas
pero eso fue solo al principio
ahora en los suburbios,
cada vez que alguien muere hay un asado:
nos comemos el cadáver
A su vez, los zombies no son lo peor, en sintonía con los relatos audiovisuales de The walkind dead o In the flesh, el problema está entre los sobrevivientes:
mi mamá nos decía a los tres,
cuando alguno se asustaba por el quejido
de un zombie distante,
que hay cosas peores para temer en este mundo
éramos tres hermanos
hasta que se llevaron a Tamara
vinieron en motos, con armas
se fueron por donde vinieron
quedó todo en silencio,
nosotros, parados mirando la ruta:
solo se oía
el quejido de los muertos vivos
y el llanto de mi hermano Mauro
El libro cierra con “Los problemas de hoy” y tiene dos poemas que nos ponen en aviso, esos avisos que convierten la paranoia en distopía actual:
la revolución estará en televisión
y va a medir 11 puntos de rating, pero no
le va a alcanzar para ganarle a Tinelli
armado hasta los dientes de culos
y en el siguiente:
Google es Skynet
es la Matrix
es un T1000
que nos visita por la noche
(…)
nadie va a creerlo cuando digan
que Google envió a un androide del futuro
para evitar su propia destrucción años más tarde
En un paneo general, el libro hace cuatro movimientos bien delimitados, cada uno con un tono particular y sin embargo no dejan de trabajar, como dijimos, desde el humor, la paranoia, la confesión y un fuerte poder para descolocar. Una de las virtudes de este libro reside en que Camilo Sce logra tener interlocutores, cada movimiento del poemario da un espacio para sacar un gancho y desacomodar al que lee. En la lógica del epígrafe de Creeley, Camilo Sce escribe mal al mismo tiempo que Camilo Sce se ríe de esta afirmación. Hay que estar muy bien parado para escribir así.
*Esteban Prado (Mar del Plata, 1985): es editor de Puente Aéreo ediciones y realizador de cine. En 2014, publicó Libertella, maestro de lecto-escritura. Trabaja en el área de Teoría y Crítica Literarias de la carrera de Letras de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
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