Por Silvana R. López
Un mundo percibido en tonos tierra, intensos, tenues, vibrantes, penetra en nuestra mirada al aproximarnos a la pintura de Victoria Muniagurria; los colores del sedimento que precipita, en diferentes concentraciones, y del sedimento que fluye, caracolea, y se pierde en un meandro o en un brazo que lame los colores arena.
La poética del nombre de su obra en torno al rÃo trae un conjunto de vivencias. Arte e Infancia se intersectan en el flujo de una red mesopotámica en la que agua, orilla, playa, vegetación, verano, familia, pueblo, “un incendio de chivatos”, afloran atravesando los muros de la intimidad mediante un modo particular de dar forma a esas dimensiones queridas y entrañables.
El rÃo es una figura que interroga nuestra identidad desde la pregunta de Heráclito. No nos bañamos dos veces en el mismo rÃo convierte la existencia en un devenir, en un constante proceso de transformación. El marco, la tela que contiene el óleo, el barniz, el asfalto, de la trilogÃa “RÃos de energÃa”, interrumpe esa incesancia para plasmar un instante de la heterogeneidad del espacio y sus temporalidades; algo similar sucede en la aparente quietud del oxÃmoron “Lejanamente cerca. Cercanamente lejos” que provoca un efecto de planos superficiales y profundos que se frotan entre sÃ: qué es rÃo, orilla, costa de sedimentos, en esas imágenes?
El agua, renuente en cada instante a toda forma, es la patria estética de Victoria Muniagurria, de allà su percepción imaginaria en colores que se fugan camaleónicamente convirtiéndose en otros. Un arte proteiforme y poliédrico que nos inunda y como tal, nos hace fluir.
Del 1 al 5 de octubre, en Espacio Pilar.
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