A propósito de Dorian Grey y el extraño libro de Joris Karl Huysmans

 



"À rebours" alteró no sólo la conducta de Dorian Grey sino la literatura misma, un texto bisagra entre las grandes novelas del siglo XIX y los textos del siglo XX.

Por Silvana R. López                                                                             

Hace más de ciento veinte años, el 20 de junio de 1890, Oscar Wilde publica en Lippincott's Monthly Magazine, "The Picture of Dorian Grey" (1890), una novela corta que el escritor irlandés irá modificando en las sucesivas ediciones para luego convertirse en un clásico de la literatura.  

Dorian Grey, el protagonista de la novela, conoce en la casa de Basilio Hallward, el pintor del retrato, a Lord Henry Wotton quien, cuando comienza a pervertir su vida, le regala un libro. El narrador cuenta que el inocente Dorian comenzó a leerlo, iluminado por la luz de un pequeño velador octogonal de tonos nacarados, y al cabo de unos minutos se sintió absolutamente fascinado por él. El libro era “el más extraño que había leído. Le parecía como sí,   exquisitamente ataviados,  y al son delicado de las flautas, desfilasen ante él, en mudo cortejo, todos los pecados del mundo”. Varios años tardó Dorian Grey en escapar a la influencia de ese libro aunque, se lee en la novela, “más exacto sería decir que nunca trató de liberarse de ella”.

El extraño libro es "À rebours" de Joris-Karl Huysmans, seudónimo de Charles Marie Georges Huysmans, obra canónica del decadentismo, publicado en París en 1884. La novela narra los avatares de Jean Floresses de Des Esseintes, el único personaje de la historia quien, hastiado de la vida parisina y acosado por una enfermedad hereditaria de predominio de lo linfático sobre la sangre, abandona París para refugiarse en la quietud de su casa campestre de Fontenay y llevar una vida artificial, en contra de la naturaleza. El  artificio, contrariamente a la monotonía de la naturaleza, es el rasgo distintivo de la genialidad humana y a través de él, el hombre es capaz de diseñar su propia vida.

En su vida de claustro, Des Esseintes despoja a los objetos de su vulgaridad y los estetiza, llega incluso hasta la excentricidad, tal como sucede con una tortuga a la que cubre de piedras preciosas para adornar una alfombra (el quelonio muere al poco tiempo). Su imaginación es una máquina de diseñar todo tipo de dispositivos que anulan el tiempo, la luz, los sonidos y también sus propios procesos digestivos.Construye un mundo con un tiempo propio que no se relaciona con las agujas del reloj sino con el tiempo del que experimenta. Se trata de una exploración superlativa de los sentidos y los placeres pero el deleite arroja una fórmula que no puede controlar y crea una química que intoxica y paraliza, como sucede cuando el aroma del franchipán lo deja desvanecido sobre la ventana o con la ejecución de sinfonías testeando pequeñas gotas de distintos licores, el goce se contamina cuando un sabor le trae el desagradable recuerdo del dentista trabajando sobre sus encías llenas de sangre. La cura, el fármacon, funciona como  remedio y como veneno.

La novela es también el espacio para las reflexiones metalitarias, Des Essaintes realiza un estudio de la literatura francesa, de sus antecesores, de los contemporáneos y de los que abren el camino hacia el futuro. Asimismo, se lee en el texto un estado del arte a fines del Siglo XIX y un análisis crítico de la decadencia de las obras literarias y de la lengua durante la  Edad de Plata latina.Perocentrada en la vida de un solo personaje, sin trama, ni climax, el texto es un desvío y una respuesta a la estética naturalista.

'À rebours' “cayó como un aerolito en el ferial literario, dando lugar al estupor y la cólera” relata Joris-K Huysmans en el “Prólogo a su novela veinte años después”, quien participaba de las veladas de Médan, la casa de campo de Émile Zola, escritor faro del Naturalismo. La situación era agobiante, el Naturalismo atado a una noria cuyo ritmo sólo Zola resistía y así Huysmans, trasgrediendo los mandatos del maestro y en un debate sobre la novela futura, afirma su derecho a la sucesión tejiendo el revés de la trama de la estética naturalista: una vida contranatura. Zola se lo hizo saber a Huysmans, escribe en el Prólogo: “fui a pasar unos días a Médan. Una tarde, paseándonos por el campo, (Zola) se detuvo bruscamente y, mirándome con dureza, me reprochó el libro, aduciendo que suponía un golpe terrible para el Naturalismo, que desviaba la escuela, que incendiaba mis naves con semejante novela…me incitó a volver al estudio de las costumbres”. La novela se convirtió en la biblia del decadentismo aunque la demora en la letra exacerba la descripción naturalista a costa de la narración. Huysmans lleva ese procedimiento al extremo, la descripción es tan minuciosa que vuelve invisible lo que describe: “El cielorraso, levemente abovedado, también fue revestido de tafilete, excepción hecha de una porción circular, semejante a un ojo de buey, abierta en medio del cuero anaranjado, en donde hizo colocar una pieza de seda que procedía de una antigua capa pluvial, en la que antaño el gremio de tejedoras de Colonia había representado plateados serafines en angélico vuelo…”

La existencia humana sólo merece ser vivida como una obra de arte proclama el decadentismo. Hay un rechazo a las funciones morales y sociales en la literatura mientras se exalta el goce estético desinteresado y el culto al artificio; no se trata ya de una descripción exacta de la referencia sino de la fuerza de la imaginación y el refinamiento de las sensaciones.El decadentismo revela un nuevo erotismo de la forma: el ennui que connota el tedio y el hastío de fines de siglo pero también el ennui en el que se inscribe el deseo de lo nuevo. La esterilidad y la descomposición son sus síntomas. Son escritores poco prolíficos, si se compara con la vasta obra de Balzac, que tienen fascinación por la fosforescencia de la podredumbre: el momento límite en el que lo nuevo comienza a aparecer en el seno de lo viejo que se descompone.

Barbey d’Aurevilly, en una reseña de À rebours, señaló que Huysmans tenía dos opciones para el futuro: el suicidio o el claustro; el escritor eligió el claustro religioso.

 

"À rebours" alteró no sólo la conducta de Dorian Grey sino la literatura misma, un texto bisagra entre las grandes novelas del siglo XIX y los textos del siglo XX. Una novela, por cierto, insoslayable.

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