Por Lucío Ferrante*
“Una pieza / donde el espacio del techo es igual /
al del piso que a su vez es igual /
al de cada una de las cuatro paredes /
que delimitan un lugar sobre la calle.”
Punctum, Martín Gambarotta.
"Yo vi la cara de Lenin y estaba durísimo", Joaquín Correa, en flamante edición de La Bola Editora, Mar del Plata, Argentina, 2014, 146 pp.
El espacio es pequeño, en apenas 5x3metros, Joaquín se recluye, en ese pequeño espacio escribe, lee y traduce. La pared principal está empapelada por una biblioteca, espacio físico al que Joaquín le dedica largas horas de ocio y vagabundeo literario. En sus estantes confluye la pasión obsesiva de coleccionista, con una precisión maniática por cada detalle, Joaquín adorna sus libros con varios objetos que forman parte del sueño húmedo de todo melancólico; vinilos de Lennon y de Patti Smith conviven entre muñecos de Babar y Tintín que cuidan textos que van desde Benjamin y Wittgenstein hasta ediciones que compilan letras y dibujos de Daniel Johnston. Todo en el departamento parece tener un orden especifico, las paredes adornadas con dibujos tiernos estilo Liniers hechos con crayón, un submarino amarillo cuelga de la lámpara del techo, hay fotografías pegadas en las paredes, todas con el tono del papel Kodak, ya pastel por el paso del tiempo. Joaquín es fanático de los frascos, las latitas de metal y los recipientes cerrados, por eso, no es casualidad que tenga una lata impoluta de té Kusmi y otra de sopa Campbell´s.
Lo primero que leí de él fue un texto absolutamente conmovedor en el cual, con una sensibilidad pop y una sencillez abrumadora, Joaquín relata su aprendizajes y accidentes con el monopatín, instrumento que sería su medio transporte durante su estadía en Alsacia, una pequeña región al este de Francia, ubicada en la frontera con Alemania y Suiza. Casi sin saberlo, me volví un ávido lector de este extraño personaje que es Joaquín Correa. Joaquín escribe lo que ve, hace anotaciones en su cuaderno verde. De la misma forma que Cerati “desordena átomos tuyos / para hacerte / aparecer”, Joaquín desordena fragmentos de situaciones, fragmentos con los que traza monólogos interiores. Textos sobre Malvinas, diarios de cuando fue pochoclero, textos sobre música, sobre Enrique Symns, diarios de viajes por Paraguay, Uruguay y Brasil, diálogos con alumnos, textos sobre los artistas en Mar del Plata, otros sobre el 8N y Marita Verón…Nada escapa del ojo curioso de este personaje.
Sobre la mesa de la computadora descansan varios ejemplares de Yo vi la cara de Lenin y estaba durísimo (Mar del Plata: La Bola Editora, 2014), enflamante edición de La Bola Editora, compilado de crónicas que Joaquín venía trabajando desde hacía ya unos años. “Es un libro muy pop” nos dice, “en el que compilé gran parte de las crónicas que venía escribiendo desde el 2010. Ya desde el titulo te das cuenta que es un libro pop, es largo, ese es el pop ahora. Las bandas antes se llamaban KISS, PEZ, YES, ahora son Él Mató a un Policía Motorizado, La Ola Que Quería Ser Chau, Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete… Más allá del título en sí, no es una escritura densa, es más bien llevadera, como el libro nace en las redes sociales y las revistas, de alguna manera iba a ser pop”. Si el libro tuviese un soundtrack este sería, sin dudas, Coiffeur y Daniel Johnston. Seguiría con el inicio de Horses de Patti Smith, un poco de Philip Glass, Paranoid Android de Radiohead, pero sobre todo R.E.M.
“La crónica es un genero algo hibrido”, agrega Joaquín, como vendiendo su forma de narrar, “en el cual un sujeto narra sus experiencias personales pero sobrepasando el nivel del diario. Uno tiene que pensar que lo que está escribiendo tiene que ser atractivo para el lector, si uno escribe un diario es para sí mismo, ahora si uno escribe una crónica que se basa en sus notas tiene que ser atractivo. Es la narración de un suceso determinado temporal y espacialmente por el sujeto, que lo atraviesa y que de algún modo le otorga cierta transformación subjetiva además de, claro, una iluminación repentina; como el haiku, la crónica tiende hacia o va hacia la iluminación del tiempo, es decir donde el tiempo se manifiesta en toda su complejidad, es un tiempo que es todos los tiempos, esa es la crónica. Ese es el fin de la crónica: buscar el tiempo que son todos los tiempos. Encontrar en la narración de un tema detallado temporal y espacialmente el tiempo epifánico, el tiempo donde todos los tiempos colapsan y se muestran como algo totalmente distinto a los tiempos de la cotidianeidad, eso es la crónica.”
Al igual que los viejos LPs, Yo vi la cara de Lenin…es un libro reversible que se divide en dos partes: Lado A (Argentina y Sudamérica) y Lado B (Europa), ambos son imágenes, figuras en movimiento que implican tiempos y espacios diferentes. Hay una atmosfera similar que atraviesa a estos dos seres vivos que comparten la misma forma de escritura y respiración; esa atmosfera permite un diálogo entre ambas partes del mismo órgano literario. En los textos están los amigos de Joaquín, sus relaciones, sus miedos y sus amores, gran parte de las cosas que le dijeron, charló o vivió, están ahí, en esta autobiografía, en este caleidoscopio cultural que amenaza con convertirse en una biblia indie, en estos textos, Joaquín; en sus diarios: su voz.
*Lucio Ferrante nació en Mar del Plata en 1996. Es estudiante de Letras, y colaborador en La Capital y diversos medios digitales. En 2012, fundó, junto con Esteban Prado y Sofia Bras Harriott la productora de cine Hamaca Films. Fue presentador y disertante dentro del MARFICI y técnico de sala en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
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