Malvinas: La Experiencia narrativa de Los Pichiciegos

 

¿Cómo narrar la represión de estado? ¿Cómo narrar una guerra cuyo origen lo impuso el mismo terrorismo estatal? Son preguntas que Marina Ríos aborda en su lectura de la novela de Fogwill.

Por Mariana Ríos*

La Experiencia narrativa de Los Pichiciegos [1]

“(el testimonio) no puede representar todo o que la experiencia fue para el sujeto
porque se trata de una materia prima donde el sujeto testigo es menos importante
que los efectos morales de su discurso."

Beatriz Sarlo

La novela Los Pichiciegos de Fogwill (1982)-en adelante LP- narra dos problemáticas de forma simultánea: por un lado, propone una respuesta al interrogante ¿Cómo narrar la represión de estado? Y por el otro, ¿Cómo narrar una guerra cuyo origen lo impuso el mismo terrorismo estatal? Ambas preguntas se articulan en un eje compartido: la guerra y la represión se narran desde los mecanismos discursivos y literarios que sustentan la no representación de la denuncia, la ficcionalización de la historia y la del testimonio. Esta operación de escritura, a su vez, propone una dialéctica: para hablar de “no representación de la denuncia” y “ficcionalización del testimonio” es necesario montar estrategias discursivas enraizadas en el relato testimonial.

La novela se inscribe dentro de las narrativas emergentes al contexto de la dictadura militar en Argentina pero presenta su propia particularidad: su autor, Fogwill, escribe desde afuera (Brasil) sobre la guerra de Malvinas casi al mismo tiempo en que ésta sucede. Sin pretensiones de hacer novela de denuncia o una narración testimonial construye dispositivos narrativos para inventar un universo ficcional que sustituya la contienda bélica real  por la posibilidad de recuperar el discurso de la experiencia.

 Dictadura y narración

Durante e inmediatamente después de la dictadura militar en Argentina surgen diversos modos del relato, de las narrativas que buscan, a través de dispositivos del discurso, maneras  no solo para narrar el horror sino también como acto de memoria y principio reparador.[2] Beatriz Sarlo restituye este contexto de emergencia:

“Enfrentada con una modalidad difícil de captar, porque muchos de sus sentidos permanecían ocultos, la literatura buscó las modalidades más oblicuas (y no solo a causa de la censura) para colocarse en una relación significativa respecto del presente y comenzar a construir un sentido de la masa caótica de experiencias escindidas de sus explicaciones colectivas.” (Sarlo, 1987, 34).

Frente al silenciamiento social de este período fue necesaria la búsqueda de modos alternativos para narrar desde la experiencia testimonial, o para representar desde una subjetividad acentuada, un universo que constituya, aunque sea a través de la palabra y la ficción, las experiencias no solo individuales sino también colectivas de una sociedad sometida a modos nuevos de represión. Fue necesario  desde el ámbito artístico socavar el aparato represivo que se había instalado.

En el caso de la guerra de Malvinas podemos pensar que los mecanismos de control, dominación y silenciamiento- a esa altura instaurados - resurgen o, tal vez, se enfatizan bajo el mando de Galtieri con una variante: convertir el discurso belicoso del horror en un discurso nacionalista. Por ello, se produce en el seno de la sociedad una escisión de la experiencia que se da entre estos dos momentos que forman parte de un mismo plan maquiavélico impuesto desde el estado. La novela Los Pichiciegos reconstituye esta fractura desde el espacio, los cuerpos y la representación del lenguaje. Narra y repara una experiencia escindida que refracta -en imágenes dirimidas- un discurso político, una lectura que logra escapar a la lógica represiva.[3]

Voz, cuerpo y lenguaje: nivel de la historia

El comienzo de la novela muestra la fragmentación del relato y cierto efecto de plasmar un lenguaje opaco. El inicio in media res coincide con el caos de la historia real y literaria pero también con la forma narrativa que se llevará a cabo para narrar: “Qué no era así, le pareció. No amarilla, como crema; más pegajosa que la crema. Pegajosa, pastosa. Se pega por la ropa, cruza la boca de los gabanes, pasa los borceguíes, pringa las medias.” (LP: 11) Así asistimos al primer nivel narrativo de la obra: la historia de los pichiciegos. En esta primera parte existe una disolución de la voz narrativa instaurando un relato fragmentario y una opacidad en el lenguaje que perdurarán, en mayor o menor medida, a lo largo de toda la novela.

A medida que avanza el relato logramos reconstruir el referente y el espacio. En el comienzo de la novela hay una primera sugerencia que aparece de modo fragmentada: el país, Argentina, está en un lugar “otro”, afuera, y las indicaciones son escasas, primero aparece como adjetivo en lugar de como sustantivo; luego, el país es en algo: en los cigarrillos Jockey. A su vez, este lugar está asociado al cuerpo indefectiblemente. Cuerpos que se configuran como sinécdoque: “La cabeza o el casco, eso seguía moviéndose. Después la cara se le iluminó, rojiza: pitaba un cigarrillo que olía como los Jockey Club blancos argentinos.”(LP: 12) La voz es cuerpo y el cuerpo traza un espacio que es pequeño, incómodo y hostil.

Líneas más adelante el narrador se hace presente. Se describe un lugar de modo incipiente por contraste de un recuerdo, de una idea de alguien. Y con algunos datos más como, por ejemplo, el diálogo de los pichis con el uruguayo y la aparente descolocación de por qué él está “allí”, el universo de sentido se empieza a suponer: lugar pequeño, frío, nieve, oscuridad, muchas personas juntas, todos de diversos lugares de argentina, cigarrillos jockey y “Argentina” como adjetivo. Asimismo en este comienzo del relato surge una secuencia narrativa que termina de dar forma a la situación: se explica quiénes eran los “helados” porqué se los llevaban y finalmente la referencia a los jeeps británicos. Entonces, así llegamos a la reposición de una historia: la guerra de Malvinas.

La “pichicera” es un lugar debajo de la tierra en medio de las islas Malvinas. Para pensar en la configuración del espacio entonces debemos asistir al carácter metonímico que da forma a este lugar. Primero, está la parte continental del país representado en las referencias de los pichis. Luego, la lejanía: las islas, tierras inhóspitas. Y por último, el túnel bajo tierra. La contigüidad se repone en la totalidad de la novela. Cabe preguntarnos ¿Cómo se construye este lugar bajo tierra? Sarlo en su artículo sobreLos Pichiciegos plantea que los pichis- en ese refugio- carecen de todo tipo de valores,  solo conservan los necesarios para sobrevivir. Son una tribu que en lugar de poseer identidad tienen solo necesidades.  Lo único que pueden hacer estos jóvenes es subsistir. Todo su mundo se reduce a sus necesidades más inmediatas: comer, dormir y abrigarse. Sarlo plantea que “comparten, a lo sumo, algunos chistes, anécdotas que se van intercambiando en la oscuridad del encierro subterráneo (…) y en cada uno de ellos está ausente el lazo que constituye una identidad nacional.” (1994: 1)

Sin embargo,  “los pichis” no funcionan “tan” a la deriva. En primer lugar, hay una lógica de organización: los Reyes son la jerarquía. También existen reglas tales como la no admisión de soldados heridos o enfermos porque no se podría garantizar la supervivencia de los otros. En segundo lugar, tienen funciones asignadas: administrar el almacén, ir a hacer intercambios. Pero también, hablan, poseen lenguaje; y a partir de esto construyen historias fragmentadas sobre lo que pasa en el continente. Esos fragmentos que no constituyen narraciones intentan armar la coherencia (maquiavélica) de la dictadura: “-¿Cuántos muertos?-preguntó alguien desde lo oscuro. Cien-apostó uno. Mil-exageró otro.” (LP: 50)

Historia verdadera, historia falsa, historia incierta, “muchas” historias, los pichiciegos hablan, conjeturan, “tocan de oído” sobre lo que pasa en el país. Esta no es la única alusión también hablan de Galtieri y de los aviones que arrojaban cadáveres. Tratan desde el lenguaje –que es un lenguaje coloquial-de reponer los hechos, rellenar la información.[4] El lenguaje es lo único que tienen en común -dice Sarlo- y por ello, prefiguran fragmentos que proponen unir la dictadura con la guerra. De manera informe se fusionan el cuerpo, la voz y el lenguaje. Todo está en función de sobrevivir, pero también, ese “todo” representa la presencia de sujetos que están y que son. Están en las islas, están en el país y están en el túnel. Ellos son testimonio presente y vivo de lo que sucede. La experiencia fragmentada de la dictadura y la guerra se sintetiza en ellos. 

Son los pichis los que desde su subjetividad trazan el puente entre la guerra y el terrorismo de estado. Las monjas francesas que desaparecen en Argentina se hacen presentes como mito, como imágenes espectrales en las islas. Ellas fueron a parar a ese otro lugar en donde por contigüidad persiste la lógica del horror.

Las islas son el lugar de los desaparecidos: allí están las monjas desaparecidas, los soldados argentinos y los pichis, los disidentes. Estos últimos como puesta ficcional para escapar de todo tipo de representación realista y proponer una nueva lógica: los disidentes no son traidores, este concepto queda anulado.[5] Ellos, en todo caso, están como cuerpos, como presencia y ausencia de los desaparecidos. Al interior de la ficción ¿Alguien puede dar fe de la existencia verdadera de los pichiciegos? En ese presente, no. Pero sí desde la ficcionalización del testimonio.

Los pichis desde su “ceguera” pueden dar forma a una vivencia en pos de convertirla en experiencia. Son sujetos cognoscibles porque construyen la historia desde el lugar propio de la subjetividad.

Por otra parte, el tópico de la insularidad no está representado como diáspora o negatividad sino que el espacio se configura como un lugar donde la experiencia de la dictadura se vive, se reactualiza no solo como puente entre la isla y el proceso militar en el continente sino también porque en definitiva los pichiciegos son también o al menos funcionan-como desaparecidos. La tierra los tragó y junto con ellos la identidad, pero esta no murió del todo sino que quedó plasmada-como dijimos- en el único sobreviviente de la “pichicera” del que solo nos queda su testimonio.

Narrador y testigo: nivel del relato

Esta historia se articula con otro de los dispositivos propios del testimonio: el uso de la primera persona, el discurso directo, la mediación del narrador/entrevistador y el discurso indirecto libre.

No es casual que la representación de la novela esté enmarcada en un nivel del relato que utilice los mecanismos propios de los relatos testimoniales. Sobre todo en un contexto en donde se vuelve a poner el acento en la primera persona.  En este caso tenemos un narrador/entrevistador que graba al único sobreviviente de los pichis. Es así como el lector asiste a una narración que conjuga diferentes niveles de enunciación. En la mitad de la novela se hace explícita esta puesta en escena del relato: “-¿Y vos Quinquito, creés que yo creo esto que me contás?-le pregunté.-vos anotalo que para eso servís. Anotá, pensá bien, después sacá tus conclusiones-me dijo. Y yo seguí anotando.” (LP: 77) La relación entre el testimonio y el entrevistador que pone en juego el marco que da lugar a la narración aparece desdoblada: el entrevistador escribe y graba. El informante cuenta al entrevistador y luego se escucha así mismo en la grabación.

La novela construye una progresión narrativa particular: cuanto más se acerca el final de la historia más se narra el presente de enunciación.  El artificio sobre la ficción se pone en juego para mostrar los mecanismos de construcción de lo narrado.

¿Escasez o proliferación de testimonios? una discusión

Sarlo en diálogo con Benjamin, sostiene que, con las dictaduras, el shock de la violencia de estado no fue un obstáculo para la proliferación de discursos. Sin embargo, podemos pensar en dos cuestiones que matizan la perspectiva: después del horror, también hubo silencio; y en la literatura aparecieron representaciones que consistían en el intento de reconstruir una experiencia a través de un lenguaje codificado, se planteaba desde la ficción la dificultad de cómo decir aquello que no se puede. Más tarde, cuando, a pesar de las secuelas, la democracia estaba bastante asentada en el seno de la sociedad, las narraciones viran hacia otra zona: lo que ya se puede decir, sólo se puede narrar desde una representación del relato y un uso del lenguaje que señala las secuelas que dejaron los años de la dictadura.

Por lo tanto, en Los Pichiciegos asistimos a esta dialéctica propuesta al comienzo. Para hablar de la ficcionalización del testimonio es necesario observar que la narración se construye desde los mecanismos propios del relato testimonial.

 Entonces, ante la pregunta inicial de cómo narrar la represión de estado y cómo narrar una guerra impuesta por el mismo terrorismo estatal, nos enfrentamos a una ficción que se construye mediante una dialéctica que propone combinar estrategias del testimonio en favor de construir una narración que escape a la novela de denuncia y de representación realista. La lógica narrativa que se monta se hace a partir de una puesta en escena enunciativa en donde el entrevistador/narrador graba a un sobreviviente. De este modo, quedan dos cuestiones en evidencia: en el cómo decir se juega la fragmentación del relato que, desde su conformación intenta trazar una puente entre dictadura y guerra, y, al mismo tiempo, unificar esa experiencia escindida de los modos del horror. Los pichis son sujetos que portan una identidad que perdura en el personaje- testigo. Por tanto, el discurso belicoso del horror transformado en un discurso nacionalista -que mencionamos al comienzo- queda anulado en esta coyuntural forma de narrar.

 

Bibliografía

 

Benjamin, Walter, “Sobre algunos temas en Baudelaire”, en Poesía y Capitalismo, Iluminaciones II, Madrid, Taurus, 1999.

Fogwill, Rodolfo, Los Pichiciegos, Interzona Editora, Buenos Aires, 2006. Todas las citas corresponderán a esta edición.

Masiello Francine, “La Argentina Durante el Proceso: las múltiples resistencias de la cultura” en AAVV. Ficción y Política, Buenos Aires, Alianza Editorial, 1987.

Sarlo, Beatriz, “No olvidar la guerra: sobre cine, literatura e historia” en Punto de vista 49, Buenos Aires, agosto 1994 reproducido en http://WWWfogwill.com.ar/critsarl.html

Sarlo, Beatriz, Tiempo Pasado, cultura de la memoria y giro subjetivo una discusión, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores, 2005.

Sarlo, Beatriz. “Política, ideología y figuración literaria” en AAVV. Ficción y política. La narrativa argentina durante el proceso militar, Buenos Aires, Alianza Editorial, 1987.

Shcvartzman, Julio, “Un lugar bajo el mundo: Los Pichiciegos de Rodolfo E. Fogwill” en Microcrítica: Lecturas Argentinas, Buenos Aires, Biblios, 1996 reproducido en http://WWWfogwill.com.ar/critsarl.html, [última consulta: mayo de 2010]

 


[1]Este trabajo ha sido publicado en Revista Espacios, 45, noviembre de 2010, ISSN 0326-7946

[2]Cfr. Sarlo, Beatriz, Tiempo Pasado, cultura de la memoria y giro subjetivo una discusión, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores, 2005.

[3]  Sarlo (2005) vincula la experiencia al cuerpo, la voz y por lo tanto, a una presencia del sujeto real en una escena del pasado. En esta dirección, establece que no hay experiencia sin narración. Discute a Benjamin y propone que en realidad a partir de las experiencias de la Gran Guerra- y más tarde en los campos de concentración- más que una escasez en las narraciones surge lo que se denomina “testimonios de masas”. Nuestra perspectiva retomará esta discusión para vincularla con la novela en cuestión y así establecer las relaciones pertinentes entre narración y experiencia.

 

[4]“-Sí, a Aramburu, era militar-general-,Firmenich lo amasijó y era un pibe…¡de una tiro!

-¡joda!-dudó alguien.

– ¡Cierto!-confirmó Viterbo.-

Y a los dieciséis, él con diez tipos más, pendejos como él, tomaron una cárcel militar y soltaron a mil guerrilleros que había presos…Fue en Rawson, cerca de mi pueblo…después secuestraron aviones y los llevaron a Chile.

 -¿A Chile? ¿A Pinochet?-No, en esa época Chile era comunista” …(LP: 54).

[5]Cf. Shcvartzman, Julio, “Un lugar bajo el mundo: Los Pichiciegos de Rodolfo E. Fogwill” en Microcrítica: Lecturas Argentinas, Buenos Aires, Biblios, 1996.

*Marina Cecilia Rios es Profesora de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado artículos en revistas académicas y presentado ponencias en congresos y jornadas del área, referidos a la literatura latinoamericana, en los últimos años, más precisamente, a literatura latinoamericana contemporánea. Actualmente es docente de la Universidad de Buenos Aires en el Secundario a Distancia; y desarrolla un proyecto de investigación radicado en el Instituto de Literatura Hispanoamericana en el marco de una beca doctoral, también, de la Universidad de Buenos Aires.

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