Una que sepamos todos: Chamamé de Leonardo Oyola

 

Chamamé cuenta la historia de una sobredosis de odio. El expresidiario Manuel "El Perro" Ovejero, junto con su compañero el pastor Noé del pabellón de los evangelistas, cumplen finalmente su condena para planear su siguiente golpe

 

 

Por Diego Hernán Rosain[1]

dhernan_rosain@live.com.ar

 

A esta altura de su carrera como autor de ficciones para las masas, Leo Oyola es sinónimo de popularidad. Su escritura es expresión de una generación que creció con el pool, el flipper, la rockola, los arcades, las películas por cable, las consolas de videojuegos y los dibujos animados, una serie de elementos combinados que, previos a la computadora e internet, marcó los comienzos de los ochenta hasta los finales de los noventa. ¿Qué se deja ver de novedoso en Chamamé?

Por un lado, la novela presenta un argumento puramente tumbero. Sin yutas versus villeros, como en Gólgota (2008), ni una banda de delincuentes con superpoderes que se la dan de Robin Hood, como en la afamada Kryptonita (2011), Chamamé cuenta la historia de una sobredosis de odio. El expresidiario Manuel “El Perro” Ovejero, junto con su compañero el pastor Noé del pabellón de los evangelistas, cumplen finalmente su condena para planear su siguiente golpe: secuestrar a la hija de un ricachón de Misiones y pedir un módico rescate. El plan se lleva a cabo, pero algo sale mal. Los compinches deben separarse. Algo huele a traición. Ovejero se la da en la ruta y es atrapado por la cana con el cadáver de la rehén en el baúl. Sin embargo, el reencuentro no se deja esperar: Noé rescata a Ovejero, pero el Perro ya se la tiene jurada. El resto es un largo hit and run por las rutas de Misiones y Corrientes.

La estructura del relato cuenta con capítulos que hacen avanzar a la trama presente y capítulos en forma de flashbacks que van recreando la historia personal de los personajes. Un eterno amor imposible del protagonista, un comienzo como piratas del asfalto, una anécdota de iniciación; cada pieza del rompecabezas configura la compleja imagen del Perro, un personaje que ladra y muerde.

A pesar de los cruces entre Ovejero y Noé, el verdadero oponente que plantea la novela es el Pombero Vega, un cabecilla de la cárcel cuya influencia competía con la de Noé. Al no aceptar rebajarse a cumplir sus órdenes, Vega jura perseguirlos hasta acabar con ambos por osar rebelarse. Así, la prisión se convierte en un crisol de razas para todas las etnias que van a dar allí y la carretera en el espacio de la búsqueda y recuperación de la honra, como en una épica moderna.

A diferencia de otras novelas de Oyola que coqueteaban con el policial, en este caso, Chamamé reutiliza el cine de acción estadounidense, sobre todo los géneros del western y la road movie. Sin caer en la obvia y a la vez falsa asimilación del cowboy con el gaucho, identificamos las historias de los pueblos pequeños a los costados de la ruta, los prostíbulos, los bares, las estaciones de servicio y las chacras como aquellos lugares en los que las reglas pautadas por la civilización pueden quedar suspendidas por un rato. A su vez, la novela se asemeja más a Thelma y Louise (1991) y Mad Max (1979) antes que a películas como Sé lo que hicieron el verano pasado (1997) o Jeepers Creepers (2001). El asfalto a campo abierto no es el espacio del terror, sino el lugar del descubrimiento, de la búsqueda de sentido a una vida vacía y sin propósitos.

Las referencias a actores y personajes de Hollywood no faltan, así como también a la farándula argentina y latinoamericana en general. Los nombres de cantantes y los títulos de canciones están a la orden del día para retratar cada momento de la vida de los personajes. Más aún, la presencia de letras o lyrics es tan insistente que es imposible dejarla de lado: Ovejero se tatúa en castellano “A ningún lado, ya”, el tema de apertura de Calles de fuego (1984), mientras que el pastor Noé cree oír la voz de Dios en cada tema que escucha y los convierte en Palabra Santa. La música es un código solo para entendidos: “92/14. No el puto 82/11” (2017: 59).

Lo que queda al final es odio, recelo y la esperanza de una venganza. No hay canción que logre sacar a los protagonistas a flote ni película que les permita olvidar. Son seres rotos, enceguecidos por la luz del sol que da contra el parabrisas y no deja distinguir el camino del espejismo formado por el calor del cemento: “Lo que escondemos en la cabeza es lo que somos” (2017: 194). Oyola continúa, como desde hace rato, quemando yanta ahí por donde pisa, dejando siempre su huella.


Leonardo Oyola

Referencia bibliográfica: Oyola, Leonardo (2017), Chamamé [2007]. Buenos Aires: Literatura Random House, pp. 240.

 

 



[1]Diego Hernán Rosain (Argentina, 1991) es Licenciado y Profesor Normal y Superior en Letras por la Universidad de Buenos Aires (FFyL-UBA). Es adscripto a la cátedra de Problemas de Literatura Latinoamericana a cargo de la Prof. Marcela Croce con el proyecto titulado “Ficciones especulativas: emergencia y contacto entre las poéticas de Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges” dirigido por el Prof. Lic. Mariano Veliz. Es miembro activo de la Red Iberoamericana de Investigadores en Anime y Manga (RIIAM). Sus temas de investigación son la literatura argentina del siglo XX, por un lado, y los cruces entre canon literario universal y manga, por el otro. Ha publicado artículos en revistas como Puesta en EscenaExlibrisBADEBECOrbis TertiusLuthor,Cuadernos de Cómic y Trazos. Actualmente está preparando su proyecto de doctorado sobre Héctor Libertella y la tradición.

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