Hombres de papel, dos autobiografías: Luis Gusmán y Héctor Libertella

 

La rueda de Virgilio y La arquitectura del fantasma ficcionalizan un mundo en el cual vida y obra entrelazadas se leen mutuamente, allí, donde el sujeto escindido es indisociable de su obra?

Por Diego Hernán Rosain

Al momento de plantear una escritura auto/biográfica, se presentan ciertos límites y dificultades que el escritor no intenta eludir: qué hechos se narran, a cuáles darles relevancia, qué valores se juegan entre un hecho ficticio y un acontecimiento de la vida; esos son solo algunos de los puntos sobre los cuales la crítica ha discutido sin llegar del todo a un acuerdo. El corpus auto/biográfico presenta una serie de problematizaciones que únicamente encuentran una respuesta en la singularidad de cada texto. En esta oportunidad quisiera detenerme en dos ejemplos, ambos autobiografías de escritores argentinos: La rueda de Virgilio (1989) de Luis Gusmán y La arquitectura del fantasma. Una autobiografía (2006) de Héctor Libertella.

Varias cuestiones llaman la atención desde el comienzo. La primera, es la brevedad de ambos volúmenes; ninguno supera las cien páginas y, en el caso de Libertella, varias de esas páginas están ocupadas por fotos e imágenes.

En segundo lugar, junto a los fragmentos dedicados a las reflexiones sobre la familia y los amigos, es notable el alto grado de trivialidad, por un lado, y ficcionalización, por el otro, que esas narraciones presentan. Ficción que designa, no un relato inverosímil, sino un relato articulado en torno a una vivencia, rico en detalles, que no parece haber sido afectado por el correr del tiempo. Gusmán recuerda con gran ternura y fascinación las calles en las cuales transcurrió su infancia: “La bocacalle era ahora el escenario. Había un resplandor y una sombra, un círculo bajo el farol, un punto, según diese la luz o la oscuridad, donde me paraba como si fuese el centro del mundo y decía: ‘Aquí desembocan las cuatro calles.’ Y mi cuerpo delgado era la intersección, la cruz de un camino incierto y a la vez conocido que me esperaba al primer paso que diese”.[1]

Libertella, por su parte, resalta la imagen del “niño prodigio” que, a causa de sus dotes, se mete en problemas: “El hecho es que a los cuatro años, por no se sabe qué apuros familiares, entré a la escuela primaria sabiendo ya leer y escribir. Y sin embargo, papá y mamá me empujaron al aula y la maestra me arrastró del brazo porque no me sentía preparado para aprender lo que mi pulso ya sabía”.[2]

El mito de origen es significativo en la auto/biografía de un escritor y la figura de los padres también. Libertella habla del horror vacui que irradiaba la biblioteca de su hogar: “Cuando nací, el único volumen en la biblioteca de mis padres era un viejo diccionario impreso en 1917. El resto, un desierto. Había que escribir muchos libros para llenar el vacío de esos estantes, para tapar el hueco. Aunque sólo fueran muchos libros fantasmas para que el hueco siguiera ahí de cuerpo presente”.[3] Ese horror al vacío de la biblioteca de la casa paterna es lo que impulsa a rellenar el hueco con libros “fantasmas”; la biblioteca se convierte en el espacio que permite la aparición (o la emergencia) de una producción literaria, como lo fue el desierto para la generación del ’37, con quien se emparienta Libertella en esa cita. En el caso de Gusmán, el momento parece más preciso: “Siempre pensé que mi vocación literaria había nacido durante una pelea entre mis padres, alrededor de los quince o dieciséis años, donde en medio de Setenta veces sieteEl reposo del guerrero y Raskólnikov, opuse y afirmé una vocación como una diferencia rebelde, metafísica ante un mundo que cernía sobre mí su sordidez: voy a ser escritor”. Pero inmediatamente después se detiene a aclarar: “Como se trata de un origen mítico hay otras versiones”.[4]

A pesar de que la figura del narrador reaparece con insistencia en ambos textos, el “yo” autobiográfico de ambos escritores se presenta escindido. Relata Libertella: “Escribo –como te anuncié- la biografía del viejo que pude haber sido”[5]Gusmán: “El olvido de un acento [en el registro civil], o esa acentuación en la a, más que un seudónimo que pudiese responder a un esnobismo literario, fue el producto de un desgarramiento, de una vacilación suspendida, transformada después en vocación que, al afirmarse, pudo ser el lugar que me permitió, más allá de cualquier amor, sostener una ética”.[6] InsisteLibertella: “Exactamente como suelen ser las cosas en literatura: uno, uno mismo, siempre un poco entre paréntesis la identidad de uno mismo”[7], y Gusmán: “¿Cómo contar una vida que uno cree que no le pertenece?”.[8] “Yo es otro”, dice Rimbaud, recuerda Libertella. A la hora de reflexionar acerca del “yo”, estos escritores encuentran incertidumbres más que certezas.

El problema del “yo” se reanuda incesantemente, no para salvarlo de la aniquilación, sino para mostrar que no existe algo parecido a un “yo”, o más bien que ese “yo” solo puede existir en la escritura como algo inacabado e incompleto, de allí que los propios textos ocupen un lugar central en estas autobiografías. Las primeras palabras de Gusmán son: “Puedo contar mi vida, contar los libros que escribí. Es decir, contar mi vida a partir de lo que escribí. Es allí el único lugar donde la puedo leer, como se dice, en la palma de mi mano. Porque en esas líneas borrosas puedo conjeturar lo que vendrá, presentir lo que fue, ignorar lo que es”.[9] Las últimas palabras de Libertella son: “mejor dejar la autobiografía y dedicarse a la ficción, de verdad (a la ficción de verdad). ‘El imaginario es lo único real del texto’ me decía François Wahl en un congreso en Brasilia. A ese real me debo, y todo el resto es realidad”.[10]

La autobiografía abre paso a la reflexión sobre la operación autobiográfica, sobre cómo está construida, genera su metadiscurso. Pero, sobre todo, construye un mundo en el cual vida y obra pueden, entrelazadas, leerse mutuamente, allí, donde el sujeto escindido es indisociable de su obra. Mediante esos procedimientos narran sus autobiografías Gusmán y Libertella. La autobiografía se convierte en autobi(bli)ografía y las distancias entre las “figuraciones de escritor” y “experiencia” se vuelven un poco más estrechas.

 

Ficha bibliográfica completa

 

Gusmán, Luis. La rueda de Virgilio. Avellaneda: Edhasa, 2009, pp. 81.

Libertella, Héctor. La arquitectura del fantasma. Una autobiografía. Buenos Aires: Santiago Arcos Editor, 2006, pp. 105.

 

 


[1]Gusmán, Luis. La rueda de Virgilio. Avellaneda: Edhasa, 2009, p. 38.

[2]Libertella, Héctor. La arquitectura del fantasma. Una autobiografía. Buenos Aires: Santiago Arcos Editor, 2006, pp. 17 y 18.

[3]Libertella, Ibíd., p. 17.

[4]Gusmán, Ibíd., p. 19.

[5]Libertella, Ibíd., p. p. 75.

[6]Gusmán, Ibíd., p. 17.

[7]Libertella, Ibíd., p. 84.

[8]Gusmán, Ibíd., p. 22.

[9]Gusmán, Ibíd., p. 11.

[10]Libertella, Ibíd., p. 105.

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