Per-formar el cuerpo. Lectura y experiencia en el workshop dirigido por Marina Abramovic

 



Marina Ríos narra la performance Abramovic, una experiencia ligada a una marca del arte contemporáneo: el presente. Pero un presente de la "no espera" y del "no avance", rasgos que se imponen como novedosos en este performance.

Por Marina Rìos

 

La experiencia

El 28 de abril de 2015 en el marco de la primera Bienal realizada en Argentina se presentó un workshop creado y dirigido por la performer serbia Marina Abramovic en el Centro de Arte Experimental de USAM (Universidad de San Martín).

El evento estaba fijado entre las 10 hs de la mañana y las 18 hs; los espectadores que ingresaran podían permanecer el tiempo que quisieran aunque el lugar tenía una capacidad limitada; con lo cual las personas debían esperar a que otras salieran para poder ingresar.Esta dimensión temporal del marco de la “experiencia” generó entre dos y tres horas de cola para entrar al evento. Una espera que se resignificaría con lo que vendría después, su contracara: el tiempo dela no espera.

El programa daba sus indicios. Había espectadores que se habían informado en la web. Otros, desconocían de qué se trataba. Sin embargo, muchos no sabían y mientras esperaban, el relato comenzó a circular: “escuché que alguien estuvo tres horas”, “hay gente desde las 11 de la mañana”, “la gente sale muy relajada”, “creo que podés quedarte todo lo que quieras”.

Por mi parte esperé dos horas aproximadamente con poca información y con mucha expectativa. En la puerta fui recibida por un grupo de colaboradores de la Bienal,  me pidieron amablemente que deje todas mis pertenencias en un locker (incluyendo especialmente el celular) y me aclaron que si quería ir al baño, lo hiciera porque una vez en el espacio si necesitaba salir no podría volver. Acaté todas las indicaciones y antes de entrar me dieron unos auriculares que aislaban el sonido exterior.

El silencio era casi absoluto.Comencé a dejar atrás la ansiedad de la espera. Di apenas unos pasos y encontré unas sillas mirando hacia una pared con algunascartulinas de colores. Me senté en una libre (a mi lado había una persona mirando una cartulina azul). La mía era roja. No puedo precisar cuánto tiempo estuve observándola ni porqué lo hice. En esta etapa me sentía cada vez más relajada y ahora -con la distancia de la experiencia, creo- me sentía entrando en una suerte de “trance”. Pero utilizo la palabra “trance” sin exagerar, un trance en el sentido de sentirme absorbida por el rojo penetrante, no puedo precisar si tuve otros pensamientos. Y fue un trance que duraría todo el tiempo que permanecí allí.

Luego, caminé despacio, no pude más que unirme a un colectivo que lo hacía de modo lento y pausado; aunque  otros, en el fondo, lo hacían de manera más lenta aún, en estricta cámara lenta.

Pasé por unas mesas largas con gente que contaba legumbres, cereales, y los separaban, cada uno tenía un lápiz y una hoja en blanco. Luego, vi el cartel que decía “cuente y separe”. Tuve el impulso de sumarme a esa actividad pero no había lugar. Seguí caminando, vi personas acostadas en unas camas elásticas tapadas con frazadas, descansando. Me atrajo lo que sucedía en una tarima central donde había personas quietas, con los ojos cerrados, algunas apoyadas con una mano en otro hombro. Subí y cerré los ojos, me dieron ganas de sentarme. Lo hice. Casi enseguida vino un joven vestido de negro que me puso la mano en el hombro; levanté la cabeza (la tenía entre mis piernas) y lo miré. Nos miramos fijamente un lapso de tiempo, lagrimeé (no hubo sentimiento de tristeza, fue una simple emotividad que afloró) y me abrazó. De modo muy amable me hizo un ademán acerca de que no podía estar sentada en la tarima, me tomó de la mano y me condujo a una silla. Ahora considero eso como una segunda etapa, en la que entendí “las reglas del juego”. Hasta ese momento creí que había absoluta libertad para “hacer” pero a la vez se veía un ambiente medianamente “pautado”. Al conocer las reglas, me sumergí en la performance que entre todos armábamos. Caminé en cámara lenta, observé cartulinas de colores, participé de un corro arriba de una tarima y me perdí en un mar de acciones ritualizadas, en partituras de movimientos que entre todos hacíamos. Los vestidos de negros sin auriculares guiaban y contenían a cada espectador/participante. El espacio se me volvió familiar, se me volvió onírico. No me quería ir. Pude sentir, experimentar sin “intelectualizar” (eso vino después).

Leer la experiencia

A unos días de esa experiencia, pienso que en el método Abramovic la espacialidad predomina sobre la temporalidad, fue la que ejerció su impronta en un primer momento, cuando esperaba para entrar. Una vez allí, el tiempo no se había esfumado particularmente pero sí se había transmutado. Era un tiempo supeditado al desarrollo de la espacialidad de los cuerpos durmiendo, contando, caminando en cámara lenta, pensando; cuerpos acostados, sentados, ovillados, estirados, encorvados, etc.

En el método Abramovi? se vive la experiencia del cuerpo, del tiempo y el espaciocomo coordenadas que se pueden torcer. Se practica la ritualización de una conducta, lo que Schenner llama “partitura de movimientos” y se vive la experiencia de mirar al otro, mirar el performance al mismo tiempo que se está en él. Siendo, estando y mirando/nos diría que son las palabras que mejor describen la experiencia, una experiencia ligada a una marca del arte contemporáneo: el presente. El texto del programa señalaba:

“Por medio de un workshop, la artista brindará al público la posibilidad de liberarse de las constantes distracciones del mundo moderno, permaneciendo en silencio y conectado con el momento presente. Los participantes podrán quedarse en el espacio ofrecido durante el tiempo que deseen, para estar consigo mismos y experimentar la calma y la sensación poco frecuente de sentirse libres de responsabilidades”. (BP 15 programa).

 

Un presente en el que no hay que llegar rápido a un nuevo presente, un presente de la no espera y del no avance, rasgos que se imponen como novedosos en este performance.

Asimismo, el performance promueve una ruptura, una desestabilización de un orden no siempre a través de un caos sino a través de acciones pautadas. Tal como el texto del programa señala, la desestabilización viene dada por la inclinación del espectador/participante a romper el límite del tiempo productivo al que está sometido en el mundo contemporáneo. El performance admite conceptualizaciones porque también es un lente metodológico (Taylor, Schechner: 2011). Sin embargo, su fuerza reside en la simpleza de esa desestabilización a partir de una acción o del efecto dislocado en el espectador. Y esa simpleza se experimenta, no se narra ni se muestra.

El método Abramovi? incluye la pregunta por el tiempo y el espacio, por su vínculo y sus límites; también admite la pregunta por la ruptura ya sea desde lo social, lo político o lo etológico/cultural y finalmente, explora las categorías de repetición y ritual propios de la esencia, concepto u ontología del performance.

Para terminar, si el performance no utiliza actores, el performer/artista no interpreta un personaje es él mismo poniendo su cuerpo en el suceso, en la experiencia Abramovic los espectadores son los propios performers del performance.

El rumor/relato del comienzo genera una voluntad en el participante; y el trance en el que uno podía sumergirse provoca cierta energía que invita a las personas a sentirse parte de ese presente sin espera. En esas operaciones se articulan las claves de la performance: un relato previo, la improvisación “guiada” en las acciones, el silencio, y nuestros propios cuerpos viviendo el presente ralentizado. Pero ante todo, las acciones de los cuerpos, porque sin acción, no hay performance. 


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