"Soy menos punk que Oriana Junco". Chateos literarios con Cristian Molina*

 

Producto de un intercambio informal de inboxs entre dos amigxs surge esta entrevista, a propósito de la salida de "Un pequeño mundo enfermo" y "Wachibook" de Cristian Molina, y la lectura atenta por parte de Lucía De Leone.

Por Lucía De Leone**

Las editoras de Puesta en Letra, enteradas de esos chats y partícipes de algunos de ellos, les ofrecieron una plataforma en la que le dieran a ese chateo algún tipo de existencia, más allá del ida y vuelta virtual.

Esta entrevista reúne intensas y nada benevolentes reflexiones de Cristian Molina sobre el realismo en la literatura del siglo XXI, la firma de autor, las condiciones materiales del escritor, la literatura punk, el escritor infame, así como la política y las articulaciones campo/ ciudad.

Lucía De Leone: ¿Cuáles fueron tus primeros pasos en la escritura de ficciones?

Cristina Molina : Siempre recuerdo un momento “inicial” de “mi” escritura de ficciones. Una vez, cuando era chico escribí una especie de carta ficcional de amor a mi vecina “La Nancy”, pero como si fuera otra persona. Vivíamos en una misma casa, separados por una puerta que daba a nuestra cocina y a través de la cual podíamos oír todo lo que pasaba del otro lado, y nosotros, suponíamos, ellos también nos oían. Me había enamorado de ella, después me enamoré de su marido. La cuestión es que empecé a escribir una especie de historia que se parecía a una declaración de amor y se la leí —edípicamente—a mi mamá. Ella se puso a llorar y me preguntó dónde había copiado eso, de dónde lo había sacado, porque no podía creer que yo lo hubiera escrito —en algún punto, hoy, creo, tenía razón.

Parece, además, que mi vecina había escuchado la lectura, porque al otro día, las oí a ella y a mi mamá hablar de esto, y hasta se habían dado cuenta de que la mujer de la que me había enamorado era La Nancy y se reían. Yo me sentí incómodo, muy mal, pero al mismo tiempo, la felicidad que ellas dos tenían, y la emoción de mi vieja, así como su incredulidad sobre la autoría del texto, me hicieron sentir que desde entonces iba a escribir toda la vida.  Desde mi infancia, nunca paré de escribir y de leer. Al principio, leía de bibliotecas escolares; en casa no se leía, no había biblioteca; no había profesionales, así que para mí era acceder a un mundo rarísimo, y siempre tenía que leer medio a escondidas, o encontrar momentos de soledad para hacerlo porque me hacían sentir un ñoño. Hasta que fui creciendo y me importó cada vez menos lo que me dijeran porque leía o escribía (incluso empecé a publicar en algunos medios locales y me expuse un poco como desafío). ¡Y salí del closet!

LDL: ¿Y cómo conciliás o repartís el interés y el trabajo estrictamente académico —sos docente e investigador CONICET— con  tu actividad literaria, editorial y de animación cultural?

CM: Nunca tuve el prejuicio de la existencia de una división entre la universidad (un trabajo universitario) y lo literario e, incluso, lo under. En parte, porque creo que esa división es una ficción muy urbana y yo me mantuve lejos la mayor parte del tiempo: en el pueblo-campo no hay universidades; y del uso peyorativo de lo académico ligado a lo universitario, me enteré después. Quizá la visión pueblerina y provinciana no me dejó comprender bien esa dicotomía.  Pero también porque una vez leí una cita de las cartas de Flaubert donde aseguraba que un escritor tenía que ser capaz de escribirlo todo, y eso para mí era alucinante, había algo así como una verdad ahí. Lo extraño es que después no la encontré nunca a esa cita en Flaubert, y empecé a sospechar que era una mala traducción que había leído y en la que creía con una potencia casi religiosa.

Hoy no sé si puedo sostener lo mismo, así, como cuando creí en esa mala traducción, pero sí me gustaría pensar que eso es posible, más allá de que sea o no realizable. Además, Conicet o el trabajo universitario es algo que no solo me gusta hacer, sino de lo que vivo como laburo rentado vinculado a la escritura, leyendo y escribiendo sobre lo que me interesa; y para quienes venimos de la pobreza extrema es uno de los pocos caminos para seguir accediendo a los bienes culturales a los que ni siquiera vimos de reojo cuando éramos chicos, salvo en contadas ocasiones, generalmente ligadas a lo escolar.

Recuerdo que en el momento en que pude decidir qué estudiar porque conseguí guita en un concurso después de una larga insistencia para hacer entender que quería ser escritor y estudiar, porque mis viejos querían que trabajase, me decidí a hacer la carrera de letras, a pesar de que me gané una beca para estudiar medio ambiente que me hubiera permitido tener la cosa más fácil aún.Pensé que estudiar Letras era la única manera en que yo iba a poder leer y escribir, y, sobre todo, acceder a la literatura, porque si no, nunca hubiera podido ocuparme de esto, ya que iba a tener que laburar mucho y de otra cosa para poder vivir. No teníamos rentas, y aún hoy no tengo propiedades de ningún tipo, de modo que trabajo de la literatura o no puedo ser escritor de ninguna manera. Por eso, para mí, se hacen insostenibles esas divisiones relativas a la escritura. Con el tiempo me di cuenta de  que a esas divisiones solo pueden sostenerlas quienes pueden por exceso de idealismo y, generalmente, porque tienen rentas, propiedades o ya tienen otra profesión.

LDL: Llama la atención el juego hipertrófico de la firma que ponés a funcionar tanto en el plano literario- editorial como en tu perfil de Facebook, donde fuiste publicando fragmentos de algunos de tus libros. Si nunca firmás un libro con el mismo heterónimo, en Facebook vas cambiando tu nombre mediante ejercicios retóricos que descentran a tu persona (Cero Molina, Nadie Molina, Ni Min, Ningún Molina) o que homenajean a personalidades que ponés in law con tu apellido de origen: Domingo Faustino Molina o Eduardo Ladislao Holmberg de Molina. Incluso la autoría Wachibook se atribuye a uno de tus personajes facebookerosmás célebres: Algún Molina.

CM: Creo que lo que se generó, pero sin querer, con el uso hipertrófico, como decís, de los heterónimos, es el descuidode la firma. Esto lo vengo pensando mucho en el último tiempo, pero después de que me encontré con la potencia de ese procedimiento de casualidad. Es más, todas las editoriales o las redacciones de revistas siempre lo presentan como un problema, ya que lo que quieren es marcar esas escrituras con la firma Cristian Molina. No entienden que esto es una elección que forma parte de la escritura y que ha tenido en ella consecuencias insospechadas para mí. Incluso, cuando me plantean los problemas legales y comerciales que eso implica.

Se convirtió en la búsqueda de un afuera —hasta ahora todavía imposible— de ese peso que tiene la firma como marca identificable de una praxis siempre igual, que es homologable al estilo, pero también como una traba a que una obra sea fácilmente digerible y legible —incluso identificable— como producto/mercancía en el mercado. Algunos me reprochan esto. Sucede que nunca encuentran mis libros o cuando van a las librerías a buscarlos, los libreros les dicen siempre que no tienen nada de Cristian Molina; entonces, empiezan a tirar nombres de Facebook u otros; hasta me han llamado por teléfono o escrito por mensajito diciéndome que en tal lado no estaba, o que no lo encontraban. A veces, se acordaban del título y el librero les decía: “Ah, pero ese lo escribió Julián Joven”. El librero tenía razón, aunque todos se empezaban a reír. Hay un par de amigos que me dicen que esto va en contra de “hacerme conocido”. No es algo que me preocupe, la verdad. Creo que esa confusión y movilización es una oportunidad y no un problema. 

LDL: Me interesa decir “heterónimos” (y no seudónimos). Habría una puesta en funcionamiento de un sistema de identidades o personalidades autorales diversificadas: son varones, mujeres, gays; jóvenes, viejos; del campo, de la ciudad; novelistas, pornógrafos, cronistas; burgueses, oligarcas, kirchneristas y anti kirchneristas.  ¡Está todo cubierto! Dentro de la larga tradición del nombre falso y los distintos usos de la firma, rápidamente se vienen a la mente casos como los de Pessoa o María Moreno, por tomar dos ejemplos potentes, diferentes y consolidados, pero por qué no (y atendiendo a las referencias a la cultura de masas en tus textos) a los personajes del periodista Fernando Peña.  ¿Reconocés antecedentes o preferís pensarte en otras líneas?

CM: La performance de las firmas, puesta en marcha, es susceptible de leerse en esas relaciones por alguien como vos, pero no se pensó así antes de escribirse. Es una forma con la que me encontré por azar. Algunos leen allí cierto programa de heteronimia, como si me hubiera propuesto de antemano algo así como una consigna y escribiera a partir y en función de ella; pero los heterónimos me encontraron o me encontré con ellos de casualidad, y poco después me di cuenta de que podían ser una manera para escribir bajo una indeterminación radical, incluso de mí mismo.Sin embargo, todo esto que pienso sobre ellos, y alguna de esas relaciones con antecedentes que nombrás, fue a posteriori, cuando ya eran una parte de la escritura. Y alguna vez, quizá, esto se acabe.

La relación más directa siempre parece ser con Pessoa en este delirio de heterónimos, pero no la pensé como tal. Sabemos que hay varias lecturas sobre el trabajo que Pessoa realizó con sus propios autores, aunque lo triste es que siempre se publica toda su obra con un juego en doble entre las firmas, y eso ocurrió a posteriori, porque su obra era inédita. Creo que no se ha podido aún experimentar con la potencia que tiene esa desestabilización, justamente por esos mecanismos de mercado que sufrió la publicación de su obra a posteriori, rubricada con el nombre Pessoa. Acá la cosa esdistinta. Los hetéronimos pasan a rodar a lo público, la mayoría de las veces, sin que haya una atribución clara a mí mismo –cuando lxs editorxs no se ponen la gorra.

Lo interesante es que pocas veces en la literatura argentina se operó con estos muñequitos de papel; sí se postuló algo así como una multiplicidad de voces que conviven en la escritura, como en el caso de Oliverio Girondo, o se adhirió a un doble que escribe, como en el caso de Borges, Bioy, María Moreno, y hasta de Cucurto, o Fernanda Laguna; en estos últimos casos jugando con todas las ambigüedades y tensiones posibles en esos planos que ponen en jaque las fronteras entre vida/ literatura y realidad/ficción. Solo que ahora se trata de algo diferente: una actuación a partir de los heterónimos que interpretan partes de una vida por medio de la voz y la escritura y, por ende, esto que se llama yo solo puede desaparecer en muchas vidas que ya no son mías; me exceden, desaparezco en ellos.

En este sentido, quizá, esa relación con Peña que planteás, tal vez no sea imposible como lectura, no como algo que haya buscado, sino como algo que te interesa poner en relación a vos como lectora. Digo que podría leerse en esa constelación sobre todo porque las performances de Peña consistían en hacer pasar por  su cuerpo a otros, de manera incesante, descentrándose y tomando de la actuación una flexibilidad que se nutría de una intensidad inmanejable hasta para él mismo –que llevaba muchas veces al descuido del papel que se interpretaba. Además, me hiciste recordaraquello que Mallarmé escribía de un “poema dramático” o “teatral” en sus cartas aCazalis o  lo que Arturo Carrera llamó el “teatrito del poema”; es decir, una articulación de la escritura con la actuación o el teatro, y ahí podría sostenerse esa relación que hacés con Peña, aunque yo no la haya buscado, conscientemente quiero decir, al menos hasta ahora, que la pienso. Yo siempre fui un actor que renunció a su teatro por el teatro de la literatura; y los deseos reprimidos, siempre pasan factura: en algún lado tenía que actuar.

LDL: Julián Joven firma Un pequeño mundo enfermo, un libro que pienso en el marco del nuevo interés sobre el campo argentino, un espacio tradicionalmente ideologizado y reducto de relatos nacionales y nacionalistas, que aquí aparece como territorio de agrotóxicos, muerte, enfermedad,  y hasta de zombis.  El campo non sancto de Monsanto que forma parte de tu universo referencial literario y de tu experiencia de vida. 

CM: Son varias cosas que se pueden pensar a partir de lo que leés. Lo primero es que Julián Joven es quien escribe, también, desde su mirada,una experiencia en apariencia ajena, que se parece a la mía, pero através de su propio dispositivo de escritura. Es el escritor que se dice realista en el prólogo, contradiciendo  a todos los demás heterónimos, y es el más político de ellos, o, al menos, desde cierto costado político interesante. El púber P es un maldito reaccionario —y anti k—; el Niño C es un militante K recalcitrante; Julián Joven se despega de esos dos sistemas de valoración política, casi que ni los considera.

En Un pequeño mundo enfermo es cierto que hay algo de perturbador con una vivencia que parece la mía o la de Julián, pero creo que nos excede: es la de todo un sector rural que muere en democracia en un genocidio encubierto por el auge sojero y en absoluta connivencia por parte de la sociedad civil y del Estado. Es llamativo que la gente del interior presente tasas de cáncer tres veces superior a la media nacional, que haya enfermedades respiratorias, agroquímicos en sangre, alteraciones genéticas, de acuerdo con estudios como los de Médicos de pueblos fumigados. Además, lo ves en el contacto diario. Vas al pueblo y seguro te enterás de un nuevo caso de cáncer. En los alrededores de mi casa, llegamos a contar 10 casos en menos de cinco años, por ejemplo; y muchos eran mis familiares que viven a menos de dos cuadras de las cerealeras. La cosa era más macabra si extendías el conteo unas pocas cuadras más allá.

LDL: ¿Y qué hacés con eso, denunciás, describís, qué te interesa de ese hecho en sí?

CM: Sospecho – o sea, no estoy seguro– que lo que a Julián le interesa es contribuir a visibilizar el avance del cáncer en el espacio geográfico nacional más invisibilizado por el imaginario urbano, y que es también el del interior del libro, que salta hacia la experiencia de lectura donde esa vivencia es compartida en los pueblos para extenderla a un circuito que ya no es pueblerino. Y es también una visibilización  que contribuye, en parte, al reclamo que desde 2010 un grupo de vecinos comenzó a realizar en Leones – la ciudad donde vive Julián, con una población de no más de 10000 habitantes, generalmente apáticos en cuanto a la participación política– para que se trasladen las cerealeras desde el centro de la ciudad.

Hubo todo un movimiento allí. Eran 300 vecinos que coparon el Consejo deliberante de la ciudad durante tres meses exigiendo soluciones concretas. Los que no estábamos en la ciudad, intentamos contribuir desde nuestros lugares, a partir de la difusión del problema en los periódicos, fundamentalmente, pero también movilizándonos y averiguando posibles intervenciones de la Secretaría de Ambiente de Córdoba, algo que se consiguió con el tiempo. Esos años se avanzó muchísimo, porque se emitieron leyes que prohibieron el almacenamiento en el ejido urbano, así como se dispusieron medidas de control de la emisión de particulado de las cerealeras, se creó una Secretaría de Medio Ambiente que controlaba la cuestión, y se prometió el traslado  de los silos fuera del área urbana, algo que aún hoy no se concretó. La situación es grave, y no se toma consciencia de que la permanencia de las cerealeras en ese paisaje implica nuevos enfermos.

No fue fácil instalar el problema, porque desde las mismas plantas cerealeras lanzaron una campaña agresiva que tergiversaba la historia local, haciéndoles creer a los pobladores que los responsables de la situación actual eran ellos o sus padres, porque las plantas habían estado antes que el poblado, cuestión que contradicen no solo todas las historias locales, sino los documentos históricos concretos. Además, después de que pasó la efervescencia inicial, el Municipio intentó silenciar el problema desde todos los frentes, desviarlo, creando un parque sobre unas cerealeras abandonadas a las que pintaron con colores, o atacando a instituciones educativas que habían realizado investigaciones donde determinaban que la incidencia de muerte por cáncer en el pueblo duplicaba la media nacional. En parte, el libro de Julián Joven está atravesado por esta vivencia de multiplicación del cáncer, irrefrenable y que no van a poder ocultar.Su escritura es una réplica que sigue hablando de la persistencia del problema, aun cuando quieran taparlo.

LDL: En todo el libro hay un juego mediante una combinatoria muy perturbadora de la letra “C” (campo, cáncer, Cristian) con espacios en negro.  El componente formal estaría en sintonía con el avance de la fábula, como si hubiera un in crescendo imparable,  un tumor maligno que mata. 

CM: Para Julián, ahí el problema de realismo político vanguardista era cómo hacer para poner en forma el cáncer que avanza en todos los niveles; visibilizarlo en la escritura. Básicamente a partir de una proliferación incontenible de células sin una forma o una función clara, única y fija, pura expansión de un cuerpo extraño. Creo que por eso hay tantos niveles que pueden leerse, y que avanzan, se reproducen, se mezclan, hasta terminar en negro. Un cuerpo es una armonía de partes/fuerzas más o menos conocidas, identificables, y que siempre cumplen una función encastrada entre sí. ¿Pero un cuerpo con cáncer? En esos cuerpos aparece algo perturbador, anómalo, que pone en tensión todas esaspartes/fuerzas, y que se multiplica hasta coparlo todo. Hay algo de una corporalidad afectada por el cáncer  en ese libro, creo. Pero, de todos modos, no tiene por qué leerse solo desde esta idea. Además, ese libro iba a terminar con la última hoja rota, quebrada y casi arrancada,  y decidimos que era mejor dejar el negro de páginas enteras.Lo que señalo es que si bien hay búsquedas de Julián en algunos momentos del texto, esto puede dar lugar a cualquier otro matiz y lectura que no es esta.

LDL: Hay al menos tres entonaciones en el poemario: una recuperación de formas regionalistas (“el pá”), modismos coyunturales (“posta”) y una escritura muy cuidada que hasta canaliza teorías propias sobre el hecho literario. ¿Hubo una intención de poner a dialogar los estertores de tu vida en el pueblo- campo con la experiencia de ascenso cultural que te dio el itinerario del  campo a la ciudad? 

CM: Esos tonos son muy particulares de la escritura de Julián. Ahora bien, el regionalismo del que hablás a partir de ciertas inflexiones no debe pensarse como una operación mimética. En todo caso es una prótesis de lengua regional: donde vive Julián, donde está situado ese libro, que es donde alguna vez viví yo a su vez, no se usa “el pá”/ “la má”, sino papi o mami; de modo que esa lengua en apariencia regional, es inventada. La tensión con los modismos coyunturales y la escritura más “cuidada”, además, creo que responden a una tensión en todos los niveles:  lenguas del pasado, del presente y del futuro –casi en un registro de ciencia ficción a veces– como formas de abrir y tensionar las temporalidades, sin quedarse solo en el atajo del anacronismo, ni en la sumisión a la actualidad (aunque sin esquivarla). Hay algo en los verbos de la escritura de Julián que hace saltar de tiempo en tiempo los imaginarios que allí emergen.  Es como poner la lengua en una ucronía que despliega  todas las potencias de su devenir sobre ese espacio del campo, tan cargado en nuestra literatura y, aparentemente solo pasado: lo que se pone en juego en la lengua es, en algún punto, la heterocronía de la escritura del campo.

Lo del ascenso me cuesta pensarlo en estos términos, además de que es muy difícil saber qué quiso hacer Julián con eso. En mi caso, y en relación con esto que preguntás dirigido a mí, creo que nunca dejé ni dejaré de ser pobre, a pesar de que emprendo una huida de la pobreza todo el tiempo, de la misma manera que huyo de la opulencia, como si fueran dos fantasmas dementes con los que aprendés a convivir. Soyun asalariado de la escritura, a puro esfuerzo y aceptando mil trabajos. Aunque hay como un límite excesivamente moral que trazo, ahora que lo pienso, y no sé porqué: generalmente las cosas que más disfruto  hacer son aquellas por las que no cobro nada y me gusta que sea así, sostener una especie de afuera de la economía en algún punto. Me ha pasado que cuando me pagan por algo que hago por deseo, se me van las ganas de sostenerlo y, chau, desaparezco. Julián, por otro lado, sigue viviendo en el campo, no se trasladó a la ciudad y, sospecho, nunca dejó de ser pobre. Algunos poemas, sobre todo “Beneficencia”, me parece que dan cuenta de eso: de su pobreza presente.

LDL: En este mismo sentido me interesa detenerme en la advertencia que Julián Joven hace a los lectores:

“Lo siento  amigos y amigas. Ni literatura ni vida. Ni imaginación y literatura. Eso que han balbuceado programáticamente algunos en esta misma agencia. La única escritura es de vanguardia y realista. El resto es decorado, como sostiene MoriaCasán”.

 

¿Qué es lo que te interesa provocar con los dichos célebres de Moria Casán usados para sustentar cierta declaración de principios estéticos,  o refiriéndote al popular programa televisivo de Guido Kaczka?

CM: Es muy difícil pensar en los efectos que pueda generar la escritura. Simplemente sospecho que a Julián le encanta MoriaCasán como personaje con frases muy célebres; es una bestia para inventar versos inolvidables y muy graciosos. Y lo de Kaczka, la verdad que no sé, ¿será un tono de realidad política mediatizada lo que a Julián le interesa escribir ahí? No lo sé. Es una lectura, una conjetura apenas.

LDL: Pasemos a tu último libro. Wachibook motivó algunas críticas que pusieron en evidencia la incomodidad de muchos lectores, la dificultad para leerlo con otros parámetros diferentes a los del imperio del realismo y lademanda de la novela. (Ni hablar de los cuestionamientos morales o sorpresas que genera verte tener como mascota—hija de una pareja gay a una paloma) ¿A qué atribuís esas imposibilidades? ¿Cómo te/lo ubicas en relación con lo que en algún lado llamaste “escrituras del consenso en el presente”?

CM: Es cierto que hay lectores incómodos, pero al mismo tiempo, hay otros encantados. Que eso suceda me produce adrenalina y felicidad, como si no hubiera mejor destino para un libro: despertar el amor de algunos y la incomodidad de otros. No sé si la de los incómodos son imposibilidades; son lecturas hechas desde ciertos parámetros muy explícitos y claros, y desde determinadas perspectivas que dan cuenta de algunos consensos del presente, que no son los del Wachibook, de modo muy claro también.

En este sentido, Wachibook no se enuncia como realista, en un momento en que todos los jóvenes, incluso Julián Joven, quieren ser adscriptos o se esfuerzan por pertenecer al realismo. De todos modos, el libro tampoco se enuncia en contra; es más, en todo el libro jamás aparece la palabra realismo, que es la que suelen exigir algunos lectores a los que les cuesta entregarse a una escritura que pone en primer plano su artificialidad.

Con el género parece suceder lo mismo, algunos me reprocharon —encima a mí, como si yo fuera Algún Molina— que pierdo el registro de diario íntimo, que por qué no cuido más esa línea y me salgo de tono; otros consideraron al libro como una novela, incluso como novela familiar, otros piensan en lo inclasificable, lo informe y en la desidentificación para leerlo. El Wachibook es un Wachibook, alguna vez se va a entender esa diferencia. Mientras tanto, como dice Karina Olga: “Lo dejo a tu criterio, mi amor”.

El tercer problema de lectura es ético. Pero también tiene que ver con lo mismo. Hay quienes le dicen a la Wachi “mascota”, encima criada por una pareja de putos. Se parecen a Algún Molina, cuando piensa la relación con la Wachi como hija y Fabián le reprocha el exceso de humanidad para entender eso. Lo de pareja y gay es porque se repone cierta referencialidad (¡otra vez el realismo!), como si Algún fuera el puto Cristian Molina y Fabián, Fabián de Napoli, la marida de Cristian, pero en realidad, en ningún momento el Wachibookplantea que los dos personajes sean una pareja o se amen. Solo la contratapa, pero es una lectura que se hace del libro: no sé por qué se confunde tanto la gente. ¿Será que en el fondo todos creen —así, con fe— que lo que se sube en Facebook es real y que lo que hay en un libro con orígenes en Facebook, por ende, se relaciona con algún referente concreto?

LDL: ¿Te identificás con lo que hoy algunos llaman escritor infame,  te pensás cercano a lo punk?

CM: Soy menos punk que Oriana Junco. Pero te digo más, cuando todos empezaron a hablar del auge de lo punk en la literatura argentina actual, me tuve que poner a leer sobre lo punk y escuchar música. No tenía ni idea qué era, porque soy un analfabeto cultural en muchísimos temas, sobre todo en cuanto a música. En mi casa, no había discos o casetesde música tampoco, ni en mi infancia ni en la adolescencia. Escuchábamos la radio o mirábamos la tele. Mucha música melodramática, como los Pimpinela, o cuarteto. Por eso, ponele que soy un escritor cuartetero, de pop latino, analfabeto, provinciano y latinlover, pero punk me parece difícil de sostener. Me identifico mucho con algo que dice Cucurto en el principio de Las aventuras del Señor Maíz: “Y nunca escuché a Pink Floyd, Led Zeppelin, TheDoors, Queen, The Rolling Stones, como todos los chicos que habían nacido en Quilmes esa vez”.

En Rosario, por ejemplo, la tendencia  más punk es la del grupo que se nuclea en torno del Club Editorial Rio Paraná, que hacen cosas buenísimas y muchas de ellas me parecen estimulantes. En Buenos Aires, mucho de lo que sucede con el grupo de Francisco Garamonay Mansalva repone ese estilo de vida y de producción, que me parece alucinante. De ambos, me interesa sobre todo el valor que le dan al amateurismo y a la independencia cultural, así como un estilo sencillo y crudo, muchas veces artesanal, que imprimen a lo que hacen. Sin dudas muchos de esos valores tienen algo de lo que buscan los que escriben por mí, pero no alcanza ni remotamente para definirme como punk. 

Lo de escritor infame es algo que planteó Maxi Crespi hace poco. No entendí muy bien a qué se refería, debe ser porque soy limitado y provinciano.Además, me parece que piensa en nuevos escritores infames como realistas infames y eso me confunde un poco.  No sé cuál es la diferencia entre estos escritores (realistas) infames y opacos con alguien como Saeren la literatura argentina. Lo mismo pasa cuando los opone a Aira, como si no pudiera ser pensado como uno de los escritores más infames de todos y el que hace legible, hoy, a algunos de los que él piensa como tales. Asegura, además, que Aira es conservador; y ahí me termino de confundir porque parece que escritor infame es, entonces, ser un bienpensante, aunque él plantea que no.

Por otro lado,es cierto que el realismo (infame) es una marca de la mayoría de los escritores jóvenes, muchos de los cuales admiro y con los cualesCrespi sostiene su lectura. Pero la categoría de infame, me parece, difícilmente se pueda aplicar a una hegemonía; o sí, pero no lo entiendo. Por eso, no sé muy bien qué es un escritor infame con precisión. Tendría que tenerlo más claro para responderte esta pregunta. Además, si otros escriben por mí: ellos son los escritores (y habría que ver si son infames o no).

LDL: Ya que muchos de los textos que hoy forman tus libros tuvieron su primera aparición en blogs o en Facebook y pensando también en la publicidad, difusión, construcción de figuras de escritor y hasta lanzamientos que las redes sociales propician, ¿tenés opiniones formadas o, quizá expectativas, sobre sus relaciones con la literatura?

CM: La plataforma virtual me parece un utensilio más de experimentación. Claro que Internet no es, aún hoy, excesivamente democrática como espacio, como han señalado muchos, entre ellos Daniel Link; y también estoy advertido del planteo que asegura que funciona como una aldea medieval a partir de la formación de redes desconectadas en burbujas de comunidades. Sin embargo, hay algo en el acceso que aúnasí, sigue siendo mucho más fácil y hasta de gasto económico mínimo, deflacionado, para la circulación de contenidos culturales. Las configuraciones de ciertas páginas y perfiles como públicas, por otro lado, no necesariamente implican un acceso restringido o un encierro por comunidades. Es una cuestión de configuración, de uso.

De todos modos, tampoco podemos caer en el exceso optimista que cree que todo termina ahí o, incluso, que algo del valor/prestigio se pone en juego. Y es paradojal, porque los mismos que le temen a Internet, creen en su posibilidad de generar valor. En este sentido, la gente que confunde likear/retwittearcon valorar en las redes sociales, me causa gracia. Pareciera que, entonces, cuantos más likes/retweetstiene una publicación, más valiosa es, o, incluso, se le da al like/retweet el peso de una distinción ilusoria que se pretende detentar. Cuando en realidad, la publicación más likeada/retweetteada solo da cuenta, como mucho, de criterios hegemónicos en el gusto o del peso que ejerce una firma cultural fuera de su espacio de acción.

Y entonces, sería al revés, cuantos más likes tiene un posteo, más consensos genera y más de acuerdo está con la valoración/sensibilidad de su tiempo, forma parte de una hegemonía y, por ende, es probable que no sea tan valioso, ya que no es capaz de generar una diferencia. Se trata de escrituras que conforman audiencias, pero que no forman lectores, los conforman. En mi caso, que solo tengo Facebook, likeo todo, incluso lo que no me gusta, y esa es la mejor forma que encuentro de generar una disrupción con el sistema de esa red social y el de la valoración jerárquica del mundo cultural, al mismo tiempo que a mí mismo me saca de esa posición distinguida que no nos lleva más que a la instauración de las jerarquías de siempre, con sus autoridades que niegan ser autoridades, pero que se ponen todo el tiempo en posición de poder. Incluso en algo tan mínimo e insignificante como un like. No likear/retweettear nada, absolutamente nada, también me parece una opción válida; pero para eso no te abras un Facebook o un Twitter directamente y ahí te creo la rebeldía anticibernética posta.

LDL: Vos sos un especialista sobre mercado y literatura. ¿Cómo ves este fenómeno hoy en el contexto cultural argentino,  cada vez más poblado de jóvenxs narradorxs, de editoriales independientes, de nuevos formatos web, de superabundancia de talleres de escritura, de ciclos y eventos culturales, etc.?

CM: Me parece que atravesamos un momento prolífico y en el que todxs pueden publicar. Hay una efervescencia cultural muy interesante, con circuitos y redes que se vuelven cada vez más imposibles de seguir. Esa suerte de fuga de producciones y de superproductividad que la mayoría ve como un mal síntoma, creo, por el contrario, que es una oportunidad, incluso, de diversificar los criterios de valoración y las escrituras, así como los mercados.

LDL: Sé que te interesa “federalizar la literatura” y que sos un gran difusor de poetas y cronistas rosarinos, y escritores de muchas partes del país que no son todavía muy conocidos. ¿En qué consisten tus próximos proyectos?

CM: Actualmente trabajamos mucho en Fiesta E-diciones, nuestra pequeñísima editorial de epub. Estamos por publicar el libro de Javier GasparriEl Punto G y el de Leandro Barticevic, Que la felicidad no sea este amor de verano. También, presentaremos con una gran fiesta bailable y con DJ la poesía reunida de Mercedes Gómez de la Cruz,Soy Fiestera, que ya está disponible en la web. Y hay muchos proyectos en mente, como Festivales de poesía donde tratamos siempre de construir redes más allá de los límites geográficos y las procedencias.

LDL: Y para el final, ¿a qué no te querrías parecer? Pregunta amplia que a todxs nos habita, y que te deja una zona liberada para la respuesta.

CM: A Maggie Simpson.

Aquí Molina, alguno de los tantos:  https://soundcloud.com/cristian-j-molina/audio-de-un-pequeno-mundo-enfermo-julian-jovenpara-el-programa-pasa-en-las-mejores-familias-fm-aire-libre-913


1- Contenedores del cuerpo


2- Apoyos del cuerpo que aparece


3- El cuerpo resiste la captura de su entorno


4- Lo que queda


*Cristian Molina es a veces.

**Lucía De Leone es doctora en Letras (UBA) e investigadora del CONICET.  Colabora asiduamente en publicaciones académicas y de difusión cultural.

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