"Diario de un librero": álbum de selfies e imágenes panorámicas

 



Luis Mey, ganador del premio Ñ de Novela 2013 y al ritmo de una novela -publicada- por año en lo que va de su carrera (las escritas rondan alrededor del número 40), acaba de publicar Diario de un librero, y afirma que antes de fin de año llega su próxima novedad.

Por Susana Ruiz

Para Terry Eagleton la literatura no es pragmática[i], sin embargo Diario de un librero acciona sobre su lector. Este últimocambiará -o al menos pensará dos veces- el trato con un vendedor de libros en su próxima visita a una librería como efecto casi inmediato de esta lectura. Es decir, el texto de Luis Mey (1979) nos reprende un poco, nos recuerda lo descorteses que podemos ser ante una persona que nos está prestando un servicio y nos hace experimentar cierta culpa... que pronto se desvanece y nos deja pensando en el desfile de personajes de esta librería.

Ateneo Grand Splendides la histórica librería porteña donde trabaja el narrador de este diario. La librería como escenario no es sólo un referente real en el que Mey se desempeñó efectivamente, sino que puede reemplazarse por cualquier negocio de la ciudad; las distintas situaciones que allí acontecen son típicas y esperables en el circuito comercial  de Buenos Aires.

La lectura autobiográfica está habilitada por las referencias a la vida del propio autor y por un pacto que aparece en momentos como este: “ahora que lo pongo por escrito, siento el deber de jurar que dijeron cada una de estas palabras”[ii] . Mey narra su historia, sus gustos, sus opiniones a través de ese personaje que lleva un diario de su oficio[iii]. Entre cierta vocación y gusto por la literatura, y la reglamentación del Convenio colectivo de empleados de comercio, el vendedor cuenta lo rutinario de su oficio de librero combinado con los acontecimientos de su vida personal: su salud, su familia, sus novias.

La novela va más allá del diseño de una subjetividad individual. Diario de un librero construye una comunidad y la sociabilidad entre sus miembros: cliente-vendedor, hijo-padres, compañeros del lugar de trabajo y colegas del oficio. Esas relaciones se traman a partir de gestos pequeños y cotidianos: los saludos, los silencios, las faltas de respeto, las sonrisas; y el recuerdo de cada uno esos momentos percibidos o vividos. La mirada va y viene: “no puedo hacer foco en ciertos defectos de la gente sin antes mirarme a mí mismo”[iv] reconoce el narrador.

Este diario osicla entre una gran selfie -la imagen representativa de nuestra época donde se afirma el yoe imágenes que comparten la mirada ampliada de ese yo sobre su alrededor pero incluyéndolo, volviéndolo uno más en el paisaje urbano.

El humor está presente en la mayoría de los episodios contados en este diario, aunque en algunos casos de lo que nos reimos -por no llorar- es de las opiniones prejuiciosas e injustas de los personajes menos simpáticos. De todos modos, el texto encuentra su equilibrio y ante esas opiniones reprochables aparece una mirada compasiva, una sensación de empatía que alivia al lector ante la tensión generada (la mayoría de las veces entre vendedores y clientes).

“El genio del libro es el que te impide recordar que estás leyendo un libro. Aquel texto es un texto todo el tiempo”[v]; y claro, la literatura también se tematiza. El narrador cuenta su experiencia como lector (otro dato que lo identifica con su autor), las ideas de la literatura que circulan entre los lectores/compradores/
vendedores y esboza una crítica al mercado editorial actual: “Una madre, un hijo. Un pedido. Todo lo que necesita el capitalismo para escribir una novela”[vi].

 

 


[i]       Eaglton, Terry, Introducción. ¿Qué es la literatura?, en Una introducción a la teoría literaria. Fondo de Cultura Económica, 1998. Traducción: José Esteban Calderón

[ii]      Mey, Luis, Diario de un librero. Buenos Aires: Interzona, 2015. p 55

[iii]      Quienes conocemos personalmente a Luis Mey inevitablemente superponemos al autor con el narrador de este texto por la mirada que comparten.

[iv]      Ídem, p. 59

[v]      Ídem, p. 115

[vi]      Ídem, p. 90

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