La temporada

 

La máquina del mundo es interrogada desde los poemas de "Nací en verano" de Natalia Romero. El movimiento de las cosas repercute en el movimiento de la intimidad y, así, el poema se abre como el primer y último espacio de una vida en el mundo.

por Joaquín Correa

“El mundo del feliz es otro que el del infeliz”, afirmaba Ludwig Wittgenstein al final de la proposición 6.43 del Tractatus. Podríamos extender ese pensamiento al astral que sobre nosotros tienden las estaciones, amparados, por ejemplo, en el hecho del romanticismo haber sido una imaginación del frío europeo y su desolación invernal o en las leves variaciones que se registran en el calendario de escritura del haiku. Podemos, en fin, imaginar parte de esa cosmovisión en el título que dio a su texto Natalia RomeroNací en verano, donde la redundancia temporal (el tiempo pasado y perfecto del nacimiento, la estación del año) oblitera al locativo espacial haciendo de la estación, el verano, el lugar y el tiempo del nacimiento, manifestación de algún orden que gobernará sus días.

Los preliminares del texto, el prólogo de Osvaldo Bossi, los epígrafes de Patti Smith y Clarice Lispector, leves marcas en el camino de la palabra, en la palabra en tanto inauguración de un mundo y de una búsqueda, parecen ser el gesto de amables manos que corren la cortina de la habitación del poema. Los poemas suelen ser más o menos largos, de una respiración serena, anhelante del encuentro de vínculos entre los mundos que se van mostrando a su alrededor, de la conexión entre lógica – causal o azarosa de los incidentes de lo real. Nada de lo que entra al espacio del poema de Romero no tendrá resonancias posteriores en la imaginación de la voz que, lentamente, configura y dispone las piezas de un universo donde el movimiento genera movimiento y donde todo pareciera estar interconectado. De algún modo, el poema es la máquina del mundo porque en él se observan las piezas y su devenir en el universo de la acción. El poema es un elemento de la praxis sensorial e intelectual de comprensión del alrededor y de la propia vida, con una belleza tal que se nos presenta dispuesto como los cuadros componentes de un tríptico de aldea.

En ese sentido, la exploración de los flujos entre el mundo interior y el exterior, entre lo micro y lo macro, presenta un gran arco de posibilidades en los poemas de Nací en verano. Desde la comunión casi absoluta (“Trampolín”, “Aviones”), la superposición (“Feriado”), hasta la interrupción impiadosa (“Última fotografía”, “Nico”), la poesía se nos muestra así como una indagación sobre el tiempo y sus pliegues. Como en “Monte Hermoso”, lo que se busca es llegar al centro de la tierra, es decir: al centro del poema, del tiempo, del mundo en el mundo.

Uno de los tiempos posibles del poema es el del recuerdo. El primero que se indagará, aquí, es el del Nacimiento, presentado desde dos ángulos: “Papá” y “Nacimiento”:     

                   Me acuerdo

                   del día en que me enteré

                   que al nacer mamá

                   la abuela casi se muere.

                   La partera se asustó

                   mamá nació en una sala de hospital

                   y la abuela temblaba.

                   Me contaron que el médico

                   le preguntó a mi abuelo

                   a quién salvamos

                   a las dos, respondió.

                   Claro que a las dos, dijo

                   como excusándose.

                   Y cada vez que lo cuenta

                   es lo mismo.

                   Como si aún tuviera

                   una culpa

                   por haber tomado

                   ese riesgo ineludible

                   de quererlo todo.

Esa decisión inicial reverberará en varios de los espacios del texto, como si hubiese sido la primera de las piedras a ser lanzada al último de los lagos, como si la vida de la madre, su sobre-vida y sus cosas, fuera también, y lo es, la de la voz que recuerda y ordena sobre el poema los alcances de aquellas ondas sobre el agua. “Qué dirías mamá”, se llega a leer en “Casa”: en esa pregunta está el recuerdo de la madre y la indagación sobre el presente de la vida del sujeto del poema. “Las cosas que vemos / pueden ser nuestras” se llega a leer en “Matías”: en esa seguridad está el afán del poema por nombrar y seguir nombrando.

“Es el primer día del verano / y esa es nuestra única certeza” cierra “Caminata”; un conjunto de fotos de la Madre sonriente “como un collage / de imágenes del verano” cuelga en la pared de la casa de los abuelos: esos versos son suficientes para entender la insistencia del verano en el título. Nací en verano será, así y ente muchas otras cosas, la hermosa búsqueda de la palabra que inaugure la temporada del nacimiento del poema.

Nací en verano, Natalia Romero (El ojo del mármol, 2014)

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